Si alguna vez has pensado en casarte en un destino paradisíaco, es probable que alguien ya te haya dicho esto:

«Es carísimo, solo es para ricos.»

Mentira.

Y no solo mentira, sino que es justo al revés.

Casarte en la ciudad, con un banquete tradicional, pagando por invitaciones que nadie guarda, flores que nadie huele y recuerdos que acaban en un cajón… eso sí que es un derroche.

Las bodas de destino, bien organizadas, pueden salirte por una fracción del precio de una boda clásica.

¿Por qué?

Porque en vez de pagar por una lista interminable de detalles que inflan la factura, pagas por una experiencia.

Porque en vez de invitar a 250 personas que ni te caen bien, eliges compartir tu día solo con los que realmente importan.

Y porque, mientras otros se endeudan para pagar un salón de bodas que olvidarán en dos semanas, tú te casas con vistas a un mar turquesa, en un castillo europeo o en una villa privada en la Toscana… por menos dinero del que crees.

La mentira no es que las bodas de destino sean caras.

La mentira es que las bodas tradicionales sean la única opción.

Si vas a casarte, hazlo bien.

Hazlo para recordarlo toda la vida.

Japi dei.