El diálogo más peligroso de todos no es con un cliente.

Es contigo.

Te levantas y piensas: “Hoy sí que me pongo las pilas.”

Pero primero el café.

Y después el email.

Y luego un cliente que se queja porque no leyó lo que tú sí escribiste en mayúsculas.

Y luego piensas:
“¿Y si esto no va a ningún lado?”
“¿Y si no soy tan bueno como creo?”
“¿Y si mejor busco algo más estable?”

Peligroso.

No porque dudes (eso está bien).

Peligroso porque ese diálogo interno —el que nadie oye— es el que más te frena.

Ese que te dice: “Es muy caro invertir en esto.”

Pero no te dice lo caro que es seguir igual.

Ese que te repite: “No tengo tiempo.”

Pero no menciona cuánto tiempo pierdes haciendo tareas que podrías automatizar por dos duros al mes.

Ese que te aplaude por “aguantar” en vez de ayudarte a crecer.

Ese diálogo.

El que ocurre entre tu oreja izquierda y la derecha.

Ese es el que decide si tu negocio va a más… o a menos.

Y lo peor es que le crees.

Como si fuera un sabio.

Cuando en realidad es el miedo disfrazado de prudencia.

¿Quieres un consejo? Te lo doy igual.

Empieza por cambiar la conversación que tienes contigo.

Después hablamos de funnels, anuncios, inteligencia artificial y automatizaciones.

Pero primero: cállale la boca al saboteador con tu propia acción.

 

Japi Dei