Vamos a dejar algo claro desde el minuto uno: si tu evento corporativo es un tostón, el problema no es el formato, es que lo has hecho de pena.

Todos hemos estado en congresos donde los ponentes parecen zombis leyendo un PowerPoint del 2003.

En ferias donde lo más emocionante es el café con cruasán.

En cenas de empresa donde el plato fuerte es una sucesión de discursos soporíferos.

La gente asiste por obligación, se pasa el rato mirando el móvil y, al día siguiente, no recuerda ni el nombre del evento.

¿Te suena?

El problema no es el evento.

Es que te falta sangre en las venas para organizar algo que valga la pena.

Porque si de verdad crees que un evento corporativo tiene que ser aburrido, ya has perdido.

Si tu congreso no engancha, es porque no has elegido bien los ponentes.

Si tu feria no convierte, es porque la experiencia del visitante es plana.

Si tu cena de empresa es un funeral, es porque nadie quiere estar allí.

Un evento corporativo no es un trámite. Es una inversión.

Y como cualquier inversión, o te lo curras o tiras el dinero.

Deja de organizar eventos por inercia y empieza a crear experiencias que la gente recuerde.

Deja de invitar ponentes que duermen hasta a las piedras.

Deja de creer que los asistentes vienen por el “networking” cuando en realidad vienen por la comida y la bebida gratis.

Deja de hacer las cosas como siempre solo porque “así se han hecho toda la vida”.

Porque los eventos que funcionan, los que la gente quiere repetir, no son los que siguen el manual.

Son los que rompen las reglas.

 

Japi dei.