Hay momentos en la vida en los que te planteas si has caído en una cámara oculta.

A mí me pasó el día que llevé a mi perro al veterinario por un grano sospechoso en el labio.

No tenía mala pinta, aunque pensé que si el folículo piloso se irrita, puede provocar dolor y picor intenso y así todo se complica.

Así que como buen dueño responsable, y para quedar bien con mis hijos, decidí que mejor prevenir que curar.

Llegamos a la clínica, el veterinario lo observa con la seriedad de un cirujano antes de un trasplante de corazón.

Lo toca, lo analiza, ladea la cabeza. Mmm… dice.

Mal asunto.

Empiezo a sudar.

¿Qué tendrá mi perro?

¿Será grave?

¿Le tendrán que amputar el labio?

¿Le harán una reconstrucción facial al más puro estilo de un reality de Beverly Hills?

¿Aprovecharán para ponerle tetas?

El veterinario, con tono profesional, me dice que hay que hacer unas pruebas.

En ese momento, ya sé que me va a salir caro. Pero nunca imaginé cuánto.

Vamos a hacer una citología, un cultivo, un análisis histológico y una biopsia – dice, con la misma naturalidad con la que yo pediría una caña y unas olivas.

Pero… ¿puede ser solo un grano? – pregunto.

Hay que estar seguros.

Total, que entre consulta, pruebas y no sé qué más, me entrega la factura: 590 euros.

Lo mejor es que, dos días después, me llama con los resultados.

No te preocupes, no es nada. Solo era un grano.

Entonces entendí lo que siente un cliente cuando recibe un presupuesto para su boda.

Las flores, el catering, la decoración, la música… todo parece sencillo hasta que ven la factura y se agarran la cabeza.

¿Cómo que 35.000 euros por un día?

Hay que estar seguros de que todo salga perfecto – decimos con la misma calma del veterinario.

La diferencia es que, en mi caso, mi perro se olvidó del asunto en cinco minutos.

Pero una boda mal organizada… esa sí que no se olvida nunca.

No se puso tetas.

 

Japi dei.