Hace ya muchos años que recojo las cacas.
De mis perros.
Un perro macho que falleció a los 14 años.
Una perra que es toda energía a sus casi 10 años.
¿Me molesta recoger todas y cada de sus cacas?
Si me das a elegir prefiero no hacerlo.
Pero tengo que hacerlo.
Por un tema de convicencia, sentido común, limpieza, educación, y para que no me multen.
Y hora, una pregunta para ti:
¿Cuántas veces recoges las cacas de tus clientes?
Cuando se han equivocado con lo que pidieron al principio.
Cuando quieren hacer 1001 cambios día sí y día también.
Cuando el que contrató ya no está y el nuevo jefe lo quiere todo diferente.
Cuando después de tres reuniones y varios mails te dicen que al final el presupuesto era demasiado alto.
Cuando te piden algo “urgente” y luego desaparecen sin decir nada.
Cuando te vuelven loco con detalles irrelevantes pero luego pagan tarde.
Y así, una y otra vez.
Porque, al final, tu trabajo no es solo hacer lo que mejor sabes hacer.
Es también recoger las cacas.
Cacas en forma de correcciones, retrasos, dudas, excusas y decisiones cambiantes.
Y aquí está el dilema:
Puedes seguir recogiéndolas todas sin rechistar o empezar a poner normas claras.
Normas sobre qué se incluye y qué no.
Normas sobre cuántas revisiones hay antes de que el precio suba.
Normas sobre tiempos, pagos y responsabilidades.
Porque sí, la relación con los clientes es como la relación con un perro.
Si no pones límites desde el principio, te toman por su paseador personal.
Así que dime… ¿hasta cuándo vas a seguir recogiendo todas las cacas?
Japi dei.
José E. Levy
CEO Celebration Arts Group